El agua utilizada para refrigerar desde el exterior los reactores dañados por el accidente se ha convertido en un residuo nuclear más en Fukushima. Hasta ahora, la compañía que opera la central (Tepco) la ha estado almacenando en un tanque del circuito de condensación para evitar que fuese a parar al mar de forma incontrolada. Eso en el mejor de los casos, porque la planta atómica aún tiene grietas por las que el agua contaminada está llegando al mar sin control. Los técnicos de la central llevan días tratando de encontrar las vías de agua por donde se filtra, pero aún no han dado con ellas. En las últimas jornadas, la filtración de agua altamente contaminada hasta los edificios de turbinas de la planta ha obligado a verter 11.500 toneladas de agua radiactiva al océano. Se trata de un agua de radiación baja que Tepco llevará al mar para dejar espacio en el tanque de condensación y poder albergar el agua presente en los edificios de turbinas, que contiene 1.000 veces más radiactividad de la que debe recibir una persona en un año. Los técnicos aún no saben de dónde procede el líquido que ha ido a parar a las turbinas.
Sin embargo, aunque sea un agua de radiactividad baja puede tener un efecto grave sobre los ecosistemas marinos y sobre los productos pesqueros. Los cálculos de Tepco indican que el impacto sobre un adulto que comiera pescado procedente del agua contaminada sería de 0,6 milisieverts al año, el 25% de la dosis anual de radiación a la que la población está expuesta en la naturaleza. Quizá no suponga un problema a corto plazo, pero puede convertirse en una amenaza en los próximos años, según los expertos. Se acumula en los depredadores marinos «El mayor problema es que las corrientes oceánicas transportan las partículas radiactivas por todo el mundo. Ya se han detectado en la costa este de Estados Unidos niveles de radiactividad que no son tan mínimos», asegura Eduardo Rodríguez-Farré, profesor de investigación del CSIC y miembro del Comité Científico de la UE sobre riesgos para la salud. «Estas partículas entran en la cadena trófica y se van acumulando en los organismos». Pero el problema está en la acumulación de las partículas de vidas largas. Y no sólo para los consumidores del pescado japonés. Algunos expertos señalan que la presencia de cesio es una amenaza para la pesca mundial a largo plazo. La mayor parte de las partículas radiactivas vertidas al mar son de yodo-131 y no preocupan mucho a las autoridades debido a que se vuelven inocuas en 40 días. Sin embargo, también se ha detectado la presencia de cesio-137, cuya vida media es de 30 años y tarda 150 en volverse inofensivo. La radiactividad es acumulativa, o que supone un problema grave en las partes altas de la cadena alimenticia. Los depredadores -como el atún o el pez espada- retienen las partículas radiactivas que contienen las presas que se comen durante toda su vida. La radiactividad va aumentando en ellos de forma constante. «Habría que hacer controles rutinarios en el pescado, no de todos los productos, pero sí de una muestra de ellos, por precaución», asegura Rodríguez-Farré. Por cierto que en España sólo se hacen análisis de radiactividad a alimentos cuando son producidos cerca de una central nuclear española. Un producto pesquero radiactivo procedente de Japón, o de cualquier otra parte del mundo, podría llegar a las tiendas españolas sin problema alguno.