En busca del barco español hundido en el fin del mundo

«Los indios son blancos, aunque todos teñidos con tierra de varios colores y cubiertos con pelos de guanacos, lobos y zorros, que hay en abundancia… Nos visitaban con frecuencia tomándonos voluntad, pues cuando nos embarcamos lloraban y desde la isla nos hacían señas y llamaban». Estas líneas fueron escritas en 1765 y son parte del relato en el que José de Ayesta -uno de los 193 tripulantes de la fragata española Purísima Concepción-, narró cómo lograron sobrevivir a un naufragio en el fin del mundo.

El buque mercante había partido de Cádiz rumbo a Lima pero por una imprudencia del capitán, encalló en las turbulentas aguas de Tierra de Fuego. Todos los hombres, sin embargo, lograron alcanzar tierra, sobrevivir y hasta volver al río de la Plata por sus propios medios. ¿Cómo lo lograron? Aprovecharon la madera y todo lo que pudieron rescatar de la nave siniestrada para subsistir durante los tres meses que tardaron en construir una nueva goleta.

El manuscrito de José de Ayesta se conserva actualmente en el archivo del Museo Naval de Madrid. Tres delicadas páginas del siglo XVIII escritas con cuidada caligrafía que resumen una historia de supervivencia e ingenio, pero también de convivencia pacífica entre los colonizadores españoles y los indígenas americanos que vivían en el territorio que hoy es argentina. Y es precisamente una argentina, la arqueóloga submarina Dolores Elkin (Buenos Aires, 1962), la que se ha empeñado en encontrar las piezas que faltan.

«Para mí no es un naufragio cualquiera, a mi modo de ver tiene una historia fascinante de convivencia armónica. Tenemos demasiados casos de conflicto por el encuentro de culturas entre España y América y no hay muchos como el de la fragata Purísima ConcepciónEs inusual y me pareció que valía la pena rescatarlo y traerlo a la superficie«, explica Dolores Elkin durante una entrevista en Madrid, donde participó en el congreso Mentes Brillantes como embajadora de la Sociedad National Geographic.

Y es que una parte de esta historia está escrita en el fondo del mar, a 12.000 kilómetros del edificio del centro de Madrid donde se custodia el relato de uno de los náufragos. Allí cree Elkin que se encuentran los restos que los tripulantes no pudieron aprovechar del Purísima Concepción, uno de los denominados navíos de registro: «Eran embarcaciones privadas pero navegaban bajo los auspicios de la corona y llevaban distintos cargamentos a las colonias en América», precisa la arqueóloga.

El accidente tuvo lugar durante el viaje de ida desde España siguiendo la peligrosa ruta del Cabo de Hornos. «El estrecho de Magallanes ya se conocía pero es más difícil para un barco a vela navegar por él así que solían optar por la del Cabo de Hornos, que también es muy complicada y es más larga, pero no requiere tanta maniobralidad», compara.

Tras sobrevivir al naufragio, los casi 200 tripulantes estuvieron viviendo tres meses en un campamento que improvisaron en la costa: «Con una balsa, iban y venían del lugar donde encalló el Purísima Concepción para recuperar la madera y construir una nueva embarcación. Por eso creemos que lo que queda bajo el mar son los cañones y el fondo del barco, la quilla, el lastre, que es lo que quedó sumergido y que no consiguieron aprovechar», relata la arqueóloga submarina, que aprendió a bucear expresamente para poder encontrar los tesoros históricos que hay en los océanos. Miles de barcos de diferentes épocas que hacen del fondo del mar lo que Elkin no duda en calificar como «el mayor museo del mundo».

«Me enteré por casualidad de que en 1770 había naufragado en la provincia de Santa Cruz, en la Patagonia argentina, el Swift, un barco histórico inglés. No había arqueólogos en Argentina que bucearan, que yo supiera, y ahí fue donde cambié drásticamente de investigación e hice un curso de buceo», recuerda Elkin, que hasta entonces trabajaba en un entorno «que no podía ser más diferente»: el desierto de la Puna de Atacama, a gran altitud, investigando la época prehispánica temprana y a los primeros pobladores de ese territorio argentino.

Después, el naufragio Purísima Concepción, también del siglo XVIII, centró su atención. Ahora saben que entre el lugar del naufragio de esta fragata española, a mar abierto, y la zona en la que acamparon sus tripulantes, dentro de una bahía, había entre dos y tres kilómetros en línea recta, pero para llegar en balsa tenían que dar una vuelta y era una distancia un poco mayor.

«Nuestra hipótesis siempre fue que cuando uno naufraga en un lugar así, lo que menos te interesa rescatar son los cañones porque no te sirven, por no hablar de la dificultad de hacerlo. Es mucho más importante recuperar pan, galletas, armas pequeñas, ropa de abrigo y, por supuesto, la madera. Por eso fuimos a buscar esencialmente lo que creemos que son los cañones originales», explica.

Una hipótesis que parecen respaldar las anomalías magnéticas detectadas por el magnetómetro que usaron durante la expedición que Elkin y su equipo realizaron el pasado mes de diciembre en la zona y que les ha permitido identificar lo que creen que es tanto el lugar donde encalló el barco como el terreno en el que instalaron el campamento, donde han encontrado restos de cerámica que creen que es española. «Un grupo de cañones de hierro da una señal muy intensa que se percibe en la pantalla de un ordenador», señala.

Desafortunadamente, recuerda, «las aguas en esta zona son tremendamente turbias y bravas«, lo que dificultó las inmersiones de buceo e imposibilitó, debido a la falta de visibilidad, tomar fotos subacuáticas de la zona en la que piensan que están los cañones.

La campaña de trabajo tuvo lugar durante el verano austral, la misma estación en la que naufragó la Purísima Concepción aquel 1765. Los arqueólogos pudieron comprobar por sí mismos el clima adverso al que tuvieron que hacer frente los náufragos españoles: «El verano en Tierra de Fuego también puede ser bastante duro y es muy inhóspito. Es muy ventoso, llueve casi a diario, hace frío y este año ha habido granizo».

Una quincena de personas formaron parte de la expedición, entre arqueólogos, técnicos para manejar el magnetómetro y personal de apoyo para permitirles llegar y trabajar en esta remota zona de muy difícil acceso. «No hay camino y no se puede ir en vehículo ni hay embarcaciones que puedan llevarte. Hay que viajar a caballo durante tres días. No hay electricidad y nos manejamos con teléfonos satélite».

LOS ‘CAZATESOROS’

Además de los cañones, ¿podría conservar la fragata algunas riquezas?: «Los caudales que llevaba la Purísima Concepción eran para pagar a los funcionarios de la colonia; no iba cargado con los típicos tesoros que se traían de América, como oro u otros minerales. Pero para nosotros tienen el mismo valor las monedas de oro o plata que cualquier otro elemento, como restos de comida en una vasija», asegura Elkin, que critica la actividad de las empresas cazatesoros que se focalizan en mercancías con valor comercial. «Los que trabajamos en arqueología tenemos una visión patrimonial. Esto debería ser para disfrute público», afirma.

Si finalmente encuentran restos del navío, ¿a quién pertenecerán? ¿A Argentina o a España? «Nosotros optamos por seguir la Convención de 2001 de la Unesco para patrimonio arqueológico subacuático, que propone no discutir temas de propiedad ni soberanía ni de derecho del mar, sino focalizarse en la cooperación para proteger ese patrimonio. Por cuestiones geográficas, Argentina está en mejores condiciones de supervisar el lugar. Quizás una primera exhibición se haga en Argentina pero podría ser itinerante», adelanta.

Pero, con frecuencia, admite Elkin, no hay acuerdo, como ocurrió con el cargamento de la fragata Nuestra Señora de las Mercedes. Tras cinco años de batalla legal en EEUU, España logró que la empresa de cazatesoros Odyssey devolviera las 595.000 monedas de plata y oro que llevaba este buque hundido de 1804 por los cañones de un buque británico en el cabo de Santa María (Portugal).

«Ganó el litigio. Desde mi punto de vista la actitud que ha tenido España es la más apropiada. No reclama la propiedad de un patrimonio si está adecuadamente preservado y si es invitada a participar. Pero cuando es una empresa privada, litiga porque su visión es contraria a lo nuestra», opina Elkin, enemiga declarada de los controvertidos cazatesoros.

«Argentina tiene la ventaja de que no está en la ruta de los galeones que iban y venían con cargamento que atrae a la fantasía, porque hay mucho dato falso. Es cierto que había muchas embarcaciones que retornaban a España con materiales preciosas, joyas y esmeraldas, pero el negocio de los cazatesoros generalmente no es encontrar esos tesoros, sino inversores, empresas interesadas en poner dinero para la aventura de buscar un galeón español».

El mar Mediterráneo, añade, tiene un patrimonio subacuático muy destacado de diferentes épocas. «Nosotros, en América, no tenemos embarcaciones confirmadas anteriores a la época colonial española, del siglo XVI en adelante», repasa.

Sin embargo, seguramente el naufragio que más fascinación ha suscitado entre el público es el de un buque del siglo pasado: el Titanic. «Es emblemático. Hollywood hizo una película impactante pero, sin duda, tiene una historia fascinante, con o sin película. Piensas en un naufragio y te viene a la mente, pero hay muchos más».

Y es que, como subraya la arqueóloga, el lujoso Titanic es un caso atípico. «Es hora de empezar a mirar a naufragios y a otro tipo de patrimonio subacuático, quizás menos glamuroso, pero que refleja cómo era realmente la vida en el pasado».

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