Los ojos del mar: la increíble perspectiva del campeón de fotografía submarina

Rafael Fernández. Madrileño. Licenciado en Ingeniería de la Energía y Organización Industrial. 22 años. Campeón del mundo de fotografía submarina. Habrá a quién le resulte paradójico que exista semejante disciplina deportiva. O que alguien, alejado del mar más de 300 kilómetros, acabe de ganar en México el Mundial junto a su compañero Óscar Luna. Pero lo realmente extraordinario es atesorar tal condición apenas superadas las 20 primaveras. «Soy el más joven en ganar un Mundial. A mi edad no es habitual; mi ventaja es que empecé muy pronto con mi padre. Con 7 años ya me metía con su regulador debajo del agua. Cuatro después me saqué el curso y con 16 ya cogía la cámara para bucear», recuerda Fernández.

Su progenitor, nacido en 1962, se enganchó a la fotografía submarina tras un viaje a Bali en 1991. A veces han competido juntos. «Me ganó en el último Campeonato de España», confiesa Rafa júnior. Él debutó en un Nacional en 2013. Compartió buceo con Óscar Luna. «De 24 parejas acabamos la 20», recuerda. Son inseparables desde niños. Ahora son campeones de Europa y del Mundo. En el torneo continental, celebrado en 2016 en Almuñecar (Granada), lograron cuatro oros y una plata. Jesús Osorio y Eva Duarte lograron el otro oro.

Rafa viaja asiduamente a Málaga y Granada para entrenarse. Combina por igual la preparación física para el buceo con las pruebas constantes, cámara en mano. Sin este trabajo, no llegan los éxitos. Pero igual de importante es empaparse del terreno que acoge los campeonatos. En México la delegación española arribó dos semanas antes de la competición para inspeccionar las 12 zonas de buceo, de las que finalmente la organización elige sólo cuatro.

Paciencia. Es la clave para lograr el éxito. Cada jornada se compone de dos inmersiones de 90 minutos. Por seguridad, no pasan de los 40 metros de profundidad. La espera puede ser larga hasta encontrar la pieza o la escena ideal. Los participantes, siempre en pareja, disponen de dos cámaras -cuestan 6.000 euros cada una-. Portan una bajo el agua. Cualquier cambio supone el regreso a la superficie. Se establecen cuatro categorías: pez, angular, angular con modelo y libre. Cada cita elige su propio animal: el león marino, en México; el nudibranquio (babosa marina), en el pasado Europeo. Otro años tocó la langosta o la esponja de mar.

No hay límite de instantáneas, pero al final de cada jornada sólo se presentan 100. Los fotobuceadores disponen de unas horas para seleccionar una por categoría, sin opción a retocarlas. Se valora la dificultad de la especie; la perfección técnica y la belleza. Los jueces bucean los días previos para inspeccionar la zona y la cantidad de piezas presentes. Un biólogo marino determinar la dificultad de encontrar tal o cual animal.

No hay lugar para las trampas. Una fecha elegida al azar por la organización debe figurar en las fotos. Una imagen con un cartel indicativo de que comienza la jornada y otra con un aviso del fin de la competición deben abrir y cerrar la lista de 100 fotos presentadas cada día. Las triquiñuelas se dejan para el fondo del mar. Quien ve una especie difícil, puede quedarse a su lado para evitar la presencia de otros competidores.

Otros campeones españoles en la historia

El primer Mundial se celebró en 1985. Carlos Minguell es el español más laureado: tres oros (96, 98 y 07) y dos platas (00 y 09), en los primeros eventos con cámara analógica. José Luis González y Raquel González fueron subcampeones del mundo en 1994 y 2002. Minguell ganó sus oro y su platas junto a Caty Perales. Arturo Telle y Montse Grillo fueron subcampeones en 2011, mientras que David Barrio y Luisa Quintanilla ganaron en 2013.

En el último, España copó el primer y segundo puesto por naciones. Al oro por equipos, Rafael y Óscar sumaron el de pez y angular sin modelo y la plata en categoría temática. Jesús Yeray y Abigail Martín fueron plata en pez, angular sin modelo y por naciones.

Fernández acumula más de 10.000 fotos. Expondrá en el Matadero de Madrid. Tiene fama de despistado: «Alguna vez dejé la tapa del objetivo puesta o me sumergí sin batería. Es consciente de que no se puede vivir de la fotografía submarina, más allá del dinero de los torneos Open. En Cabo de Palos se llevó 3.000 euros. Este año fue segundo, justo al día siguiente de volver a México. De premio, dos viajes a las Maldivas: «Es un hobby, para ganarme la vida me decantaré por la Ingeniería».

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